La otra visión de Lepanto
Para los españoles, Lepanto es una de las grandes victorias de nuestra Historia como nación. La casi total destrucción de la flota turca por la de la Santa Liga -España y sus dominios de Nápoles y Génova, la República de Venecia, y los Estados Vaticanos-, el 7 de octubre de 1571, puso fin a más de un siglo de amenaza turca sobre los reinos cristianos, y probablemente evitó la islamización de Europa. Al mando de Don Juan de Austria, hermano bastardo del rey Felipe II, la batalla naval de Lepanto puso fin a la expansión otomana que parecía imparable desde la toma de Constantinopla en 1453. Es bien conocido el hecho de que un español ilustre, el escritor Miguel de Cervantes, el manco de Lepanto, perdió una mano peleando como soldado raso en esta batalla.
Pero hete aquí que en el bando vencedor hubo otros puntos de vista distintos al español. Una buena muestra -en la que ni siquiera se menciona a Cervantes- es este documentado ensayo del turinés Alessandro Barbero, profesor de Historia medieval en la Universidad del Piamonte oriental. Frente a la visión tradicional española, que señala que Don Felipe y Don Juan tuvieron que luchar contra la doblez veneciana además de contra las galeras turcas, Barbero da a Venecia el máximo protagonismo en la guerra contra el sultán Selim y en la batalla que la culminó, como corresponde a la potencia más amenazada por la expansión otomana en el Mediterráneo.
De hecho, para Barbero el origen de la gran victoria está en el empeño veneciano en defender su dominio del Adriático y su colonia mercantil de Chipre, cuya invasión por el ejército del sultán dio inicio a la guerra. Por el contrario, España se mostró siempre reticente a sumarse al esfuerzo guerrero promovido por el Papa Pío V. Felipe II, más preocupado por defender sus posesiones del Norte de África de la amenaza de los corsarios árabes, y por reprimir la rebelión de los moriscos en el sur de España, tardó unos dos años en poner a punto la inmensa flota hispano-italiana capaz de parar los pies a la del sultán de Constantinopla.
Sea como fuere, Barbero nos introduce a través de numerosas fuentes, mayoritariamente venecianas y turcas, en la complicada geopolítica del siglo XVI, en el juego de espías de uno y otro bando, y en el funcionamiento complejo y ceremonioso de la Sublime Puerta, como se denominaba el sistema administrativo y funcionarial del Imperio otomano. También describe con detalle el complicado engranaje -desde los arsenales de Venecia y Constantinopla a las Atarazanas de Barcelona- de la construcción de las galeras, de su armamento y equipación con remeros -forzosos y voluntarios-, arcabuceros y otros precursores de la infantería naval.
En contra de lo que sugiere su título, el lector no entra en la batalla de Lepanto hasta los últimos capítulos de este libro. Antes, hay un relato minucioso de los antecedentes históricos, de la invasión de Chipre con los sitios de Nicosia y Famagusta, de las negociaciones diplomáticas y las tensiones militares entre los aliados cristianos, y del juego del ratón y el gato de ambas flotas a lo largo y ancho del Mediterráneo durante tres campañas consecutivas. Tampoco ahorra el autor alguna dosis de crítica al egoísmo mercantilista de los venecianos, siempre dispuestos al doble juego si convenía a sus intereses, para exasperación de los dignos españoles.
Como explica el catedrático Franco Cardini en la solapa, Barbero “no rinde tributo al habitual triunfalismo de la ‘victoria de Occidente’ contra el Islam ni se apunta al equívoco del ‘choque de civilizaciones’, sino que se atiene, con rigor y seriedad, a las verdaderas fuerzas en juego: el Imperio otomano, la España de los Austrias y la República de Venecia en su lucha por la hegemonía en el Mediterráneo“.
En definitiva, y para el lector interesado en la Historia europea, una buena forma de mirar a estos hechos trascendentales desde otra perspectiva.
Jaime Velasco
Lepanto. La batalla de los tres imperios. Alessandro Barbero. Ediciones de Pasado y Presente, Barcelona, 2011. 844 páginas