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Agotado
Jacinto Miquelarena. Ed. Sigirano Díaz, Ávila 1937. Pasta Blanda sin desbarbar, 196 Págs. Estado: Muy Bueno.
La ingrata experiencia sufrida por Jacinto Miquelarena los meses (julio 1936-enero 1937) de su forzosa estancia en el Madrid republicano es el asunto de sus dos libros de guerra, cuya redacción y publicación se produjo entre 1937 y 1938; los peligros y temores padecidos por el autor y su inmediatez temporal imponen el tono beligerante, hostil y, más de una vez, panfletario que los caracteriza. La expresión excesiva de Miquelarena es fiel reflejo de los odios que empujaron a los españoles hacia el exterminio mutuo a finales de los años treinta, y que perduraron -sobre todo en el lado de los vencedores- durante más de dos décadas.
Cómo fui ejecutado en Madrid no es un libro unitario en cuanto que está constituido por secciones relativamente distintas entre sí, siete en total. El título responde a una noticia falsa que corrió por Madrid: la de que Miquelarena había sido fusilado en esta ciudad o en los primeros días de agosto de 1936 o en la que llama «la semana del periodista» (del 20 al 30 de septiembre). Pero como quiera que tal suceso no se produjo, el interesado (o presunto cadáver) ocupa su tiempo y las primeras páginas del libro en presentar a los lectores un retrato de Madrid víctima de la guerra en las semanas iniciales de la misma, de acuerdo siempre con la visión de un perseguido -los «paseos», las cárceles y las chekas, las incautaciones- que, finalmente, consigue ponerse a salvo.
Pero aunque Cómo fui ejecutado en Madrid se sale tras su primera sección (poco más de cincuenta páginas) de dicha circunstancia personal, nunca escapa a la más general de la Guerra Civil y por eso las anécdotas que se refieren a manera de alivio están relacionadas con ella, y con las invocaciones a Bilbao, la patria chica, y a Inglaterra. Nada digamos cuando lo que se pretende es, de la cruz a la fecha, la denostación del enemigo -esos «monstruos» que se llaman Azaña, Prieto, Bergamín, respectivamente, «el simulador», «el seductor» y «el excremental»- o la exaltación del combatiente nacional -como en el artículo de 1937, Unificación-.
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